Nueve dias y sus noches, Semana Santa en Mendoza (Abril 2004)

 

Para el año 2004, las salidas del TAT se programaron de la manera mas ajustada posible, buscando aprovechar al máximo los dias feriados y libres que pudieran aparecer. Semana Santa fue el primer fin de semana largo identificado ya que era el mas largo del año, en caso de contar con la posibilidad de ausentarse durante los dos dìas “sándwich” que quedaban entre el feriado del 2 de abril y los dias festivos de Pascuas.

Nos quedaba entonces, un hermoso combo de 9 dias de vacaciones para salir a vagar con las camionetas, en búsqueda de paisajes sobre los cuales dejar descansar la vista, que cansada de tanto asfalto, nos vive pidiendo un respiro.

El destino elegido era Mendoza, màs precisamente, la ciudad de Malargue. El lugar habia sido seleccionado por su proximidad estratégica respecto de varios lugares de gran atractivo turístico, algunos de ellos, ideales para la práctica del 4x4 fuera de ruta.

Además, surgió la posibilidad de viajar nuevamente con amigos “invitados”, como venía ocurriendo últimamente con Daniel “El Pai” Villoria. Esta vez, se sumarían a la salida dos Jeeperos más. Ellos son Diego Heymann y Fabian Tolosa, acompañados cada uno por sus respectivas medias naranjas.

Como buenos compañeros de viaje, cada uno hizo sus deberes, ocupándose de realizar las tareas y preparativos necesarios, funciones que fueron definidas previamente al viaje. Diego Heymann se ocupo de las reservaciones hoteleras y Fabian se tomó el tiempo necesario para enloquecer a Daniel de 4x4 Motorsport con el diseño de su defensa porta-malacate. Carlos realizó la completísima lista de equipamiento y el recorrido estuvo a cargo de Javier y de Andres (quien escribe), y el Pai se ocupó de no olvidarse el secador de pelo...

Por último, a pocos días de la partida, se sumó al grupo Alfredo “Minena” Sánchez, quién viajaría alternando entre todos los vehículos como acompañante y cronista fotográfico, tarea que desarrolló a la perfección.

Todo estaba preparado entonces, para realizar una vez mas, una salida entretenida, al estilo TAT.

Fuimos de la partida entonces:

Javier Pla y Pau (Hilux Limited Perlada)
Carlos Correia y Silvia (Hilux SR5 Blanca)
Andres Gutovnik y Carla (Hilux 3.0 TD Plateada)
Fabian Tolosa y Maria Ines (Cherokee 4.0 Gris)
Diego Heymann y Paula (Cherokee 4.0 Bordeaux)
Daniel Villoria y Carolina (Grand Cherokee 5.2 Verde)
Alfredo Sánchez (Camaras fotográficas varias)

Nuestro primer tramo de enlace nos llevaría desde Buenos Aires hasta San Rafael, para repetir nuestra ya clásica y placentera estadía de una noche en el Apart Hotel San Martín, un hospedaje temático, orientado a la cultura vitivinícola de San Rafael.

 

Salimos el sábado 3 de abril bien temprano desde Buenos Aires en dos grupos separados. Por un lado viajarían las Toyotas, mientras que en otro grupo estarían los Jeep, que por contar con GNC realizarían algunas paradas más. Yo me integré a este último grupo, debido a un leve retraso en mi horario de partida.

El viaje trascendió sin sobresaltos, y cerca de las 4 de la tarde, los 900 km que nos separaban de San Rafael habían quedado atrás. Debido a que contábamos con tiempo libre de sobra, decidimos ir a realizar el paseo por el establecimiento de elaboración de Champagne de la bodega Bianchi. Esta fue una excelente oportunidad para que Alfredo comenzara a mostrarnos sus habilidades de cronista grafico, que se vieron reflejadas en las espectaculares fotos que logró en el lugar.


Para coronar la tarde, armamos una agradable picadita al costado del dique XXX XXX. Con el sol ya cayendo y los ánimos comenzando a flaquear, nos retiramos al hotel para descansar y cargar las pilas para la etapa del día siguiente.


La mañana del Domingo nos recibió con un cielo algo gris y un poco de lluvia que caía sobre San Rafael, que lejos de amedrentarnos, nos puso en “modo positivo” a pensar en que la lluvia cesaría pronto. Esto, junto con las invocaciones al ya mítico “Gerente Climático” don Pablo P. Logró transformar la mañana gris, en un mediodía soleado y en una tarde realmente hermosa.


El recorrido de este día nos llevaría por el bellísimo cañon del Rio Atuel, esquivando esta vez los medanos del Nihuil, hasta llegar al pueblo homónimo, en donde tomamos la ruta 180 que atraviesa La Payunia en dirección Norte-Sur.

Avanzamos por el polvoriento ripio, hasta dar con un cruce de caminos que en teoría empalmaba más adelante con la ruta 183, una simple “huella” que bordea la extensa Laguna-Salina de Llancanello. Luego de pasarnos unos kilómetros de este cruce y tener que regresar, finalmente encontramos el camino y encaramos hacia el sur nuevamente, hasta encontrar un lindísimo lugar para detenernos a almorzar...


no sin que antes, los Jeeperos, deseosos de Off Road, se pusieran a jugar en una zanja al costado del camino.

Luego de almorzar, retomamos la marcha hasta llegar a un posible ingreso a la laguna, en donde metimos las patitas con precaucion, por lo inestable del terreno, y llegamos hasta dentro de la laguna para sacar algunas fotos.




Terminada la sesión fotográfica, retomamos la marcha hasta el Puesto “El Molino” en donde casi dos años atrás habíamos sufrido el primer vuelco del TAT, a cargo de quién escribe. Pasamos el lugar sin mas prisas y llegamos minutos más tarde, a la Mina Ethel, un antiguo centro de extracción de Manganeso que fuera abandonado hace unos cuantos años.


Recorrimos las demacradas instalaciones y después de otra sesión de fotografía creativa de Alfredo, encaramos de nuevo por la ruta hacia la Cueva del Tigre para un rato de exploración y diversión.


Al llegar al waypoint, debimos buscar un poco para poder encontrar el lugar exacto, ya que la ruta había sido reparada y ahora se encuentra a unos 50 metros de su traza original. Rodeamos entonces el pozo de ingreso con las camionetas y armamos el aparejo de descenso con una polea de reenvío y el malacate de Javier.

Nos metimos adentro entonces, a pasear un rato y a explorar este lugar de tan interesante como intrigante. Su antigüedad es desconocida para nosotros, y su origen proviene de la época en que la zona de La Payunia se formó, en medio de un campo de actividad volcánica casi infinita. El Colo suele decir que La Payunia debió ser el lugar de mayor concentración de actividad volcánica de Argentina, y seguramente del continente americano... realmente impactante y digno de ser visitado.

Al salir de la cueva, otra sorpresa nos estaba esperando. El cielo se había cubierto con nubes oscuras y amenazadoras, mientras que el sol apenas lograba escaparse al oeste por debajo de ellas, ofreciendo una iluminación muy particular y casi artificial, que nos invitaba a disfrutar del paisaje de una manera más que especial.

Emprendimos el ultimo tramo del paseo de ese día y nos entretuvimos pasando los charcos de agua y barro que abundaban en el camino, producto de las lluvias de esa misma mañana. Poco tiempo después llegábamos al asfalto de la ruta 40 sur y no mucho más tarde, nos acomodamos en el hotel de Malargue que nos daría cobijo durante los siguientes 7 dias.

Luego de llenar los tanques de las camionetas, encaramos hacia el restaurante para saciar nuestro hambre y planificar los detalles inherentes al recorrido del día siguiente. A dormir fuimos entonces, para estar bien fresquitos a la mañana siguiente.

El lunes nos despertó con sol, un muy intenso sol y un cielo celeste infinito, marco ideal para la visita a Laguna del Diamante planificada para este dia.

Partimos hacia El Sosneado y desde allí nos montamos sobre la antigua traza de la ruta 40 (Hoy ruta 101) que pasa por lugares tan interesantes como el Cerro Alquitran, cerca del puesto Los Buitres. En este lugar, el petroleo fluye abiertamente desde el piso casi como en algunas películas... otro espectáculo imperdible.

El ripio en este caso se encontraba bastante pesado, con un serrucho que parecía atentar intencionalmente contra los elementos de suspensión de las camionetas. Pasamos por La Jaula, en donde el camino se zambulle dentro del valle del Rio Diamante, y desde donde la vista del Volcan Diamante es digna de ser admirada.

Mas adelante, atravesamos la Estancia Arroyo Hondo y pasamos por Almacén Papagayos, en donde encontramos una curiosa fosa elevada en donde pareció estar proyectada alguna vez, una estación de servicios.

Unos kilómetros mas adelante tomamos el desvío a la derecha que nos llevaba hacia el oeste, en dirección a la Reserva Laguna del Diamante. La trepada es interesante y aunque no llega a superar los 3600 metros, encontramos algunos manchones de nieve para ensuciar las ruedas con el hermoso “Barro Blanco”.

Seguimos subiendo y una vez pasados del puesto “Los Paramillos” pudimos disfrutar de la hermosa vista de la Laguna del Diamante. Por suerte, contábamos con la valiosa presencia de Carolina (mi hermana) que nos contó el origen del nombre de la laguna. Durante los días en los que el viento decide calmarse, el reflejo del Volcan Maipo sobre la laguna forma la imagen de un diamante perfecto o casi... En esta oportunidad, el diamante no se hizo presente, aunque nuestra imaginación seguramente logró dibujarlo sobre el espejo de agua que teníamos adelante.

Avanzamos por la bajada hasta llegar al puesto del guardaparques, próximo al refugio “El Cilindro” – un curioso refugio de madera para pescadores que visitan la zona – en donde recibimos instrucciones de los lugares para visitar en la reserva.

Nos acercamos a la laguna y armamos nuestro almuerzo en uno de los “Livings” mas lindos que hayamos podido encontrar y por más ventoso que se mostrara el día, disfrutamos del frugal encuentro, ceremonia coronada con los exquisitos brownies preparados por la abuela de Paula Heymann.

Terminado el almuerzo, encaramos el resto del recorrido dentro de la reserva, visitando la margen contraria de la laguna, donde nos detuvimos junto a un hermoso escorial de material piroclástico que descendió hace algunos millones de años desde el Volcan Maipo, cuando este se encontraba aún en actividad.

El paseo se extendió hasta donde comienza el Paso internacional del Maipo, que actualmente se encuentra cerrado para uso exclusivo de la gente del gasoducto que por allí transita... dichosos ellos entonces. Regresamos sobre nuestros pasos, encontrando en el camino a unos juguetones caballos que se revolcaban en el piso y dentro de unos ojos de agua, como si se regocijaran de ver a estos visitantes.

Luego de disfrutar de sus monerías encaramos el descenso, con la intención de tomar la nueva ruta 40 y visitar el Dique Agua de Toro.

Llegamos al dique luego de un tramo de ruta veloz, con una breve parada para revisar los frenos de la Cherokee de Fabian, que de momento adolecía de un chillido algo particular, maniobra que aprovechamos para relalizar en la anteriormente descubierta fosa elevada en Almacen Papagayos.

El escenario en el Dique no era menos impresionante que el de la laguna, adornado por una formación de nubes que reflejaba el color naranja del sol del atardecer. El momento fue ideal para tomar unos mates, para una picada bien completa y para dejar fluir nuestras sonrisas, producto de los hermosos paisajes que todavía invadían nuestras retinas.

Cuando el sol ya había caído, continuamos nuestro viaje hasta Malargue, donde al llegar llenamos los tanques para luego ir a cenar. Después de comer, dedicamos un par de horas de trabajo a desarmar las campanas de freno de la chata de Fabian, donde pudimos encontrar una infortunada tuerca que se había escapado del tornillo que sujeta el sensor del ABS. Al mejor estilo argentino, sujetamos el sensor con alambre y nos fuimos a dormir... a las 2 am!

El desayuno del Martes sería más tarde que los anteriores, para compensar las horas sin sueño de la noche anterior. Cerca de las 10 am partimos nuevamente con dirección a El Sosneado, esta vez, sin la compañía de Fabian, quién dedicaría el día a solucionar un problema en la bomba de freno de su chata.

Atravesamos la hermosa alameda de El Sosneado y nos dirigimos en dirección al Volcan Overo, deseosos de llegar a visitar el abandonado Hotel Termas del Atuel que se encuentra en el camino. Ya sobre el ripio que bordea el Rio Atuel (por lejos, el río que más veces cruzamos durante este viaje) escuchamos a Fabian que modulaba por la radio llamándonos para unirse al grupo.

Javier avanzó llevando el resto de la caravana, mientras yo retrocedí hasta El Sosneado para esperar a Fabian, y para poder mostrarle el camino de ingreso a la ruta de ese dia. El ripio de este camino estaba bien mantenido, lo que permitió que avanzaramos con buen ritmo hasta el hotel abandonado.

Este hotel está en un estado de conservación aceptable, en especial su pileta de aguas termales, en donde nos tomamos algunas fotos, escenario ideal para que Alfredo practicara su arte. La víctima de este día fue la cámara fotográfica de Carlos, quién había llevado 5 rollos de 36 fotos para todo el viaje... de los cuales Alfredo dio cuenta en menos de dos días!

Almorzamos en el lugar y descansamos un rato ya que el ritmo de viaje había sido bastante exigente. Mientras comíamos, un par de escaladores pasaron por allí, y nos pidieron que los lleváramos a nuestro regreso. Asentimos con un gesto de intriga, pensando “de donde vienen estos dos?”.

Terminado el almuerzo, continuamos avanzando hacia la planta de azufre que se encuentra en la base del Volcan Overo, en donde parte el camino de ascenso hacia la cima. Este camino no es nada fácil, ya que presenta varios planos inclinados capaces de llevar al extremo la capacidad de contracción de ciertas partes de la anatomía humana.

Encaramos con ganas, aunque algunas dudas se presentaban en las mentes de quienes estábamos detrás del volante de las chatas. Mientras tanto, los Jeeperos del grupo armaban una pequeña broma, transmitiendo por VHF por una frecuencia corrida, imitando la voz de Titi y de Horacio Baldi... la broma fue creciendo en intensidad y nuestra imaginación ayudaba al maléfico plan. Diez minutos mas tarde, todos creíamos fervientemente que en la cima se encontraba todo el grupo de Patagonia, acompañados de Eduardo de Viajeros con su Renault 12!!!

El segundo plano inclinado llevó a la reflexión a los bromistas, ya que siendo las cuatro de la tarde, la esperanza de encontrar al grupo que nos esperaba en la cima, alimentaba las ganas de seguir trepando... por lo que decidieron blanquear la situación para evitar malos momentos más adelante.

Avanzamos por el demacrado camino, esquivando rocas de grandes dimensiones que teníamos adelante y superando varios planos inclinados que ponían constantemente a prueba los nervios de los conductores y de sus acompañantes.

Pasando una curva, encontramos delante nuestro un importante derrumbe que había lavado gran parte del camino, por lo que, considerando la hora, decidimos emprender el regreso, maniobrando en el estrecho camino para dar vuelta las seis camionetas.

Mientras bajábamos, observamos el amplio Rio Atuel, que nos invitaba a ir en busca de un posible vadeo. Al llegar nuevamente al pié del Overo, paseamos dentro de la planta de azufre abandonada y encontramos un denso mallín en el que, milagrosamente, no logré quedarme encajado... sin embargo, el Pai intentó el mismo camino, encontrándose con el terreno roto y debiendo recurrir a cada uno de los doscientos y algo de caballos de su motor para lograr escapar.

No todos pudieron verlo, pero la escena de Daniel descargando algo de energía negativa con piedras que arrojaba contra unas botellas de vidrio que había encontrado, era digna de mención en este relato... casi como encontrarse presente durante una sesión de psicoanálisis de un amigo en problemas! Por respeto, no hay fotos de este evento...

Metros más debajo de la planta, un hermoso mallin disfrazado de pasto verde inofensivo nos esperaba. Para no faltar a la costumbre, la trompa de mi camioneta fue la primera en meterse en el lugar... para quedar atrapada en las garras de este pesado suelo, que atentaba contra la movilidad de la chata. Un rato de renegar en baja logró hacer escapar a la chata y la alternativa sensible fue buscar un paso alternativo para el resto del grupo, evitándonos así una innecesaria tarea de rescate.

Llegamos entonces al costado del Atuel, en donde se realizó el sorteo de orden para el cruce del río. El primero para realizar la prueba “hidráulica” fue Diego, que valientemente se lanzó dentro del rocoso río. Atrás avanzamos el resto de las chatas, tras ver que la profundidad no era excesiva. Una vez terminado el juego, nos arrimamos a la ladera de la montaña y encaramos nuevamente el cruce para retomar el camino de regreso a Malargue.

Casi a mitad de camino hacia El Sosneado, los Jeeperos propulsados por combustibles màs volátiles que las toyotas gasoleras, ya nos llevaban varios kilómetros de ventaja. El grupo de toyotas se detuvimo para levantar a los caminantes que habían solicitado nuestra ayuda al medio día, no sin antes preguntar de donde venían.

Amablemente nos explicaron que venían de intentar el ascenso al Cerro El Sosneado, aunque debieron abortar el intento al llegar a los 4900 metros, debido al cansancio producto de los dos días que les había tomado la aproximación.

Dejamos a nuestros pasajeros interinos en El Sosneado y procedimos a reencontrarnos con el restro del grupo que hacía tiempo en Malargue lavando las camionetas mientras nos esperaban para cenar.

El día Miércoles sería el primero de todo el viaje en que nos dedicaríamos a explorar caminos que hasta el momento no habían sido relevados ni recorridos por conocidos nuestros. Eduardo Cinícola de Viajeros nos proporcionó muy amplia información respecto de la zona.

En particular, deseábamos intentar llegar desde Malargue hasta el Rio Grande a través de un camino que sale desde el primer lugar en dirección Oeste, pasando por Castillos de Pincheira y la Mina La Valenciana. Dicho camino existe en los mapas mas antiguos de la zona, pero su existencia resultaba bastante dudosa, especialmente en base a los dichos de Eduardo.

Por suerte, los comentarios de la gente de la zona hacían referencia a un “Puente Amarillo” totalmente nuevo y recientemente inaugurado, que nos permitiría cruzar el Rio Grande una vez arribados sobre su margen izquierda.

Lamentablemente, Fabián y María Inés no serían de la partida, ya que dedicaron este día a la reparación de la bomba de frenos de la Cherokee en San Rafael. Encaramos entonces el camino que nos llevó hasta Castillos de Pincheira, en una mañana bastante más fresca que las anteriores, que con algo de humedad, brindaba un color especial a la vegetación de la zona cuando ésta era alcanzada por los primeros rayos solares. Entre este bellísimo escenario, llegamos a Castillos de Pincheira en menos de una hora.

Este lugar presenta un espectáculo muy bonito, producto de una gran capa de terreno rocoso y duro que soportó estoicamente los embates de la erosión que barrió la tierra y sedimentos más blandos que otrora debían cubrir este verdoso valle.

Luego de las averiguaciones referentes a las posibles actividades a realizarse en el lugar, nos prometimos regresar a realizar la cabalgata al atardecer, en caso de no poder concretar el paso. Nos subimos inmediatamente a las camionetas y arrancamos nuevamente en dirección oeste.

Tras unos breves minutos de avance, llegamos a una tranquera cerrada, con un muy moderno puesto en el lugar, además del clásico puesto de invernada de los chiveros de la zona, hecho de adobe y piedras. Nos bajamos a preguntar y amablemente nos respondió el cuidador que no contaba con permiso para permitirnos ingresar al camino. En realidad, el camino que deseábamos explorar partía a unos metros del puesto, y contaba con una tranquera adicional que también se encontraba cerrada.

Luego de algunas negociaciones a cargo de Javier, conseguimos permiso para entrar hasta la tranquera con una de las camionetas, para poder observar el estado del camino. Aprovechamos el viajecito para intentar ablandar la postura del cuidador, pero el esfuerzo resultó inútil. Solo logramos que nos contara respecto del camino y su estado. Según él, existía un puente sobre el Río Grande que había sido colocado recientemente, ya que los propietarios de la tierra estaban preparándola para su explotación como coto de caza.

Agradecimos toda la información aportada por el amable puestero y decidimos intentar una alternativa de paso. Regresaríamos sobre el camino que nos había llevado hasta el puesto y cruzaríamos a la margen contraria del río, para avanzar nuevamente hacia el oeste, en busca de un posible lugar de paso que nos permitiera bajar al río y arribar nuevamente hasta el tan escondido camino.

Retrocedimos entonces y tomamos por la margen contraria del río, por el camino que nos hubiera llevado directamente hasta la Mina La Valenciana, una antigua y ya abandonada cantera de yeso. En nuestro avance, pudimos detenernos a observar un centro de extracción de yeso que se encontraba en las proximidades del camino, mientras conversábamos con los operarios para confirmar nuestra información.

Nos movimos por el camino con buen ritmo y llegamos a un puesto que se encontraba sobre la margen izquierda del Arroyo Torrecillas, que es el que corre por el valle donde se encuentra la mina. Allí notamos que delante nuestro podríamos intentar bajar al río para vadearlo e intentar subir la ladera del valle del lado contrario.

El rio no tenía profundidad significativa, por lo que el mayor desafío fue subir la pequeña colina que nos separaba del camino hacia el Rio Grande. Caminamos primero, siguiendo la enseñanza de Toyogus quién dijo que las menores pendientes son las que siguen los animales que trepan las montañas, y así trazamos el camino que usaríamos para llegar a la cima y descender del otro lado hacia el bendito camino.

El trabajo para subir fue bastante complejo ya que el suelo estaba muy suelto y plagado de grandes piedras que impedían tomar velocidad para sortear el problema de la reducida adherencia. Durante la subida, la primer víctima fue la Toyota de Andres, que tras patinar con una piedra, quedó colgada del diferencial trasero.

La maniobra de rescate nos tomó un rato importante, ya que debimos recurrir al Hi-Lift para levantar la chata y suplementar el suelo debajo de sus ruedas. Una vez liberada, decidimos remover la piedra para evitar posibles repeticiones de la infortunada maniobra.

El resto de las chatas pudo subir sin problemas, y luego de casi 3 horas de trabajo (perfectamente estimadas por Diego Heymann antes de comenzar el tramo) las chatas estaban en la cima de la colina y enfilando hacia el camino.

Como contábamos con el waypoint y el track del camino previamente recorrido hasta la tranquera cerrada, terminamos de cerrar el lazo retrocediendo un par de kilómetros para verificar que no existieran bifurcaciones entre nuestra ubicación y la tranquera.

Encaramos entonces el ascenso desde La Valenciana hacia el Portezuelo Calquenque por este nuevo camino que se encontraba sobre la margen derecha del río. El camino nos llevaba por valles muy cerrados y a través de un paisaje repleto de fauna y flora totalmente salvajes. Solo encontramos durante el camino a un par de chenqueles arriando chivos por el camino en dirección a Malargue.

Llegamos a un vado que cruzaba el Arroyo Colorado, y mientras nos detuvimos a disfrutar de un riquísimo almuerzo, debatimos cual sería el nombre que le pondríamos al punto de cruce del río. “Vado Durlock” fue el resultado del Brainstorming mas limitado que se haya visto (La propiedad sobre la que estábamos transitando pertenecía a la mencionada empresa, según relató el cuidador de la tranquera), pero bueno, que le vamos a hacer?


Terminado el almuerzo, continuamos el avance hacia el oeste. El camino y sus alrededores mostraban claros signos de que este había sido trazado recientemente, y también pudimos notar lo nuevo de las tranqueras de la zona y los alambrados recién plantados.

Llegamos finalmente al punto mas alto del recorrido, el Portezuelo Calquenque, que nos ofreció unas hermosas vistas en ambas direcciones, mientras comenzaba finalmente, el descenso hacia el Rio Grande y el Puente Amarillo.

Durante la bajada encontramos algunos corrales de piedra y pircas que adornaban el camino mientras avanzábamos, disfrutando del privilegio que representaba el poder recorrer esos lugares. Nuevamente cruzamos un puestero que arriaba una gran tropilla de caballos y un rebaño de ovejas, acompañado por un peón y varios perros que lo asistían en sus tareas.

Finalmente y luego de varias curvas, arribamos a la margen del Rio Grande, donde encontramos el magnífico Puente Amarillo que nos mencionaran los personajes locales que consultamos los días anteriores en Malargue. Este puente no se parecía en nada al descripto por Eduardo Cinícola, salvo porque tambièn cruzaba el Río Grande y su pintura era de color amarillo.

Nos dispusimos entonces a cargar los waypoints que nos había pasado Eduardo, para cerciorarnos de que no se tratara de un error. Mientras algunos realizábamos esta tarea, Carlitos Correia vino a traernos la novedad que confirmaba la teoría de los 2 puentes amarillos. Una inscripción sobre el cemento de base para apoyo de uno de los extremos de la construcción, atestiguaba la fecha en la que el mismo aún podía ser moldeado con un pedazo de alambre o madera... 3 de Marzo de 2004. Solamente un mes.

Comprobamos que el puente detallado por Eduardo se encontraba a unos 21 km de distancia hacia el norte, por lo que nos dirigimos hacia allí para intenar explorar un poco mas la zona y tratar de realizar otro de los pasos designados para este viaje, el paso de Valle Noble a Valle Hermoso.

Tomamos el ripio de la ruta 226 que bordea el Rio Grande y llegamos rapidamente hasta Quebrada del Agua, donde una ruta en perfecto estado se desviaba hacia la derecha, en dirección al Rio. Al llegar, encontramos el puente descripto por Eduardo y continuamos avanzando siguiendo sus pasos, hasta la quebrada que había impedido su paso el año anterior.

Atravesamos el tramo de camino lavado por una bajada de agua y piedras y seguimos nuestra marcha hasta encontrar unos planos inclinados que hacían parecer al camino del Overo como un juego de niños. Decidimos dejar las chatas allí y comenzamos a avanzar a pié.

La tarde estaba comenzando a convertirse en noche, así que decidimos trotar en vez de caminar. Recorrimos casi mil metros hasta encontrarnos con el siguiente escollo. Otra “lavada” del camino, que esta vez se mostraba prácticamente impasable, o que al menos requeriría un esfuerzo importante de varias personas estilo “vialidad” para dejar el lugar transitable.

La curiosidad continuaba invadiéndonos, así que decidimos seguir avanzando, aún sabiendo que este paso no sería concretable en esta oportunidad. A unos pocos cientos de metros de este lugar, encontramos dos grandes piedras que tras haber rodado desde la montaña, habían bloqueado el camino totalmente. Estimamos que sería posible moverlas a Malacate y poleas, por lo que las dejamos atrás y seguimos caminando.

Tras avanzar por algo más de 3 kilometros, llegamos a observar que a la distancia, el camino llegaba a una pared de roca que no parecía posible rodear o esquivar. Decidimos entonces regresar, luego de dar a nuestros agotados cuerpos, unos minutos de descanso.
A este punto, el Pai y yo fuimos los únicos en llegar, por lo que una vez mas, se producía una de esas “tan nuestras” caminatas nocturnas por las montañas...

Llegamos a las chatas y nos encontramos con los muchachos que ya estaban en planes de realizar la maniobra necesaria para dar vuelta las camionetas. Les contamos los detalles de lo observado por radio, mientras encaramos el camino de regreso de más de 150 km hasta Malargue.

Al arribo, nos encontrábamos realmente agotados tras un día tan largo y excitante. La cena fue bastante corta y nos fuimos a dormir lo antes posible, luego de contarle a Fabián sobre los hermosos caminos recorridos durante el día. El por su parte, nos mató de envidia contándonos de las 4 horas de siesta que durmió en San Rafael mientras el mecánico arreglaba la bomba de frenos de la Cherokee.

El jueves nos esperaba con ansias, como invitándonos a “meterle pata” para aprovechar el día. Partimos raudamente hacia Valle Hermoso, para explorar la zona norte del valle que la noche anterior no habíamos podido recorrer en su total extensión.

Una mañana llena de sol, cálida e iluminada fue el marco ideal para el recorrido de asfalto hasta Las Leñas, desde donde tomamos por el ripio que asciende hacia la base del Cerro Torrecillas y que lleva directo al Valle Hermoso.

Durante la trepada, Carolina nos contó sobre el origen del nombre del Valle de Las Leñas. Este proviene de unos arbustos semiverdosos que cuentan con troncos de una madera muy colorida, de un amarillo bien claro. Originalmente, el nombre fue Las Leñas Amarillas, pero por lo visto, un aproach más comercial devino en su actual denominación.

Dejando atrás el momento cultural del día, llegamos al desvío que se dirige al Paso de las Damas, pero preferimos seguir hacia el Valle Hermoso y dejar esa aventura para otra oportunidad. Al llegar a la cima, la vista hacia abajo nos explica por si sola el origen del nombre.

“El Colo no se equivocó cuando dijo que este es uno de los lugares más lindos de la Argentina” – Fue mi frase al detenernos para tomar algunas fotos. Los más diversos colores de piedras y pastos, surcados por el hermoso y verdoso río Tordillos y adornados por un lago con aspecto de espejo, nos regalaban esta vista que no podremos olvidar en un largo tiempo... seguramente un imán que nos atraiga varias veces más a este lugar.

Descendimos por el zigzagueante camino, tomando algunas de las cortadas, siempre mirando el paisaje casi con más atención que al propio camino. Al llegar abajo, nos detuvimos cerca de la laguna para sacar fotos y seguimos avanzando en búsqueda del extremo sur del valle.

Cerca de la mitad del recorrido, encontramos una vega que permitía arrimar hacia el río para intentar vadearlo. Los comentarios que habíamos recibido sobre éste, nos hacían dudar de lo que nuestros ojos nos mostraban. El nivel del agua era realmente bajo, y si bien su caudal era importante, el cruce fue realmente simple.

Ascendimos sobre la ladera contraria, en la margen derecha del tordillos, y llegamos a una hermosa pampita donde armamos nuestro campamento y nos dedicamos a almorzar. Javier dijo irónicamente: “Basta de comer en estos lugares de mierda... la próxima quiero un restaurant” – La vista hablaba por si sola. Otro de los espectaculares “Livings” para almorzar que tenemos en este país. Lo bueno de este cine de belleza infinita, es que todas las butacas tienen la mejor vista!

Almorzados y descansados, elegimos el camino a seguir. Nuestro destino sería intentar el paso que en teoría llega desde Valle Hermoso hasta las Termas del Azufre, un intrincado camino de subidas y bajadas que atraviesa el Cordón del Cura y la Subida de los Rabones.
Nos encontrábamos a unos 6 km al norte del lugar en donde el Arroyo de la Carga se une al Tordillos, sobre la misma margen derecha del río.

Decidimos separar dos grupos para que unos intentaran ir por el mismo lado del río, mientras que los otros intentarían avanzar por el camino hacia el sur y buscar un posible vadeo más adelante. El primer grupo quedó conformado por Carlos, Javier y Fabián, mientras que por el camino iríamos el Pai, Diego y Andres.

El grupo del oeste comenzó a avanzar sobre la ladera del valle y al poco tiempo comenzaron a encontrar quebradas de diversa dificultad. Les fue posible sortear algunas, pero luego debieron descender hasta el río para poder seguir avanzando, en donde el vadeo se tronó algo complicado por la profundidad y el caudal.

Del otro lado, el avance fue mas simple, por lo que llegamos al sur del valle en minutos, en donde nos encontramos con un grupo de guías y pescadores que descendían a caballo desde una laguna que ni siquiera figura en los mapas. Aprovechamos el encuentro para preguntar sobre el camino que buscábamos, a lo que el guía respondió con cara de asombro, comentando que no era posible recorrer ese camino y que se encontraba abandonado hacía varias décadas.

Decidimos probar igualmente, por lo que agradecimos la información y continuamos avanzando hasta donde creímos conveniente intentar el cruce. El río no parecía demasiado profundo, así que metimos las trompas al agua y nos mandamos. El Pai decidió hacer uso de su “sorongorkel” de fabricación casera, cruzando el río con un caño plástico que salía de su capot como si fuera la trompa de un elefante...

Una vez arribados del otro lado, vimos una interesante huella que parecía adentrarse al valle en la dirección que buscábamos. Avisamos inmediatamente al otro grupo, que de momento se encontraba intentando regresar luego de encontrarse con pasos infranqueables delante de las trompas de las chatas.

Para aprovechar la espera, el Pai decidió realizar un lavado completo de su camioneta, así que se calzó los cortos y se metió al agua, munido de un trapo rejilla y muchas ganas de soportar el agua fría.

Cerca de una hora más tarde, llegaba el grupo del oeste a nuestro encuentro para proseguir la búsqueda del camino. Para evitarnos los desgastantes regresos nocturnos, decidimos ponernos un horario límite de regreso, fijado a las 18 hs. Avanzamos con prisa y encontramos que delante nuestro, esa huella era un camino, que alguna vez debió estar en perfecto estado y circulable.

Tras recorrer cerca de dos kilómetros, encontramos el primer obstáculo. Un tramo de la ruta había sido borrado por un arroyo descendente en una de las curvas. El plano inclinado era bastante exagerado y el terreno obstaculizado por varias piedras era algo inestable. Decidimos probar con una sola de las camionetas y luego de un poco de trabajar moviendo piedras, improvisamos un paso por el cual metimos la primera de las Toyotas. Pasamos sin sobresaltos y continuamos avanzando, mientras que adelante caminaban el Pai y Fabián, verificando cuanto más allá se podría llegar sin mucho trabajar.

Encontramos a los pocos metros, una pirca improvisada con enormes piedras, y un palo de madera que a modo de tranquera, evitaba el paso de animales por ese lado del camino. Al tiempo que nos disponíamos a mover las piedras, Fabián nos llamaba desde adelante para comunicarnos la novedad de que el camino había sido borrado por el agua y el vado que teníamos adelante, si bien no era profundo, se encontraba inaccesible.

Decidimos dejar la camioneta y avanzar a pié. Javier encaró hacia abajo, descendiendo hasta el río, mientras que el Pai y yo, continuamos sobre la ladera de la montaña para ganar altura y tratar de divisar hasta donde llegaba el camino.

Por abajo, Javier nos avisaba que el suelo estaba transitable, por lo que seguimos avanzando unos minutos más, mientras el sol nos acompañaba, entusiasmados por ver más allá. Finalmente, pudimos ver que el camino cruzaba varias veces el río y se presentaba perfectamente circulable, sobre la margen derecha.

Una mirada al reloj nos mostraba que estábamos en tiempo de descuento en base al “deadline” que habíamos fijado. Regresamos inmediatamente y comenzamos la maniobra de dar vuelta la camioneta para emprender la vuelta. Una vez invertida la dirección de la chata, llegamos nuevamente al plano inclinado, que esta vez nos jugó una mala pasada, dejando caer la parte trasera de la toyota en dirección al arroyo.

Con toda la calma del mundo, Javier proporcionó las indicaciones necesarias para salir del lugar sin más inconvenientes.

Ahora guiados por Carlos, llegamos nuevamente al lugar del vadeo, en donde comenzamos a cruzar. El caudal del río no parecía haber aumentado, sin embargo, resultó bastante intenso el último tramo, donde las chatas flotaban un poco, lo suficiente para asustar un poco a los conductores.

Montamos nuevamente el camino y regresamos por el valle en dirección al complejo Las Leñas. El regreso resultó muy entretenido, pudiendo detenernos a sacar algunas fotos del lindísimo espectáculo que representaban las nubes que se encontraban por debajo del nivel de la ruta.

Ya sobre la bajada y casi llegando a Las Leñas, hicimos contacto por radio con Titi y Mariano de Patagonia, que habían tenido que detener la marcha por un pequeño inconveniente en la Bronco. Nos juntamos con ellos y los acompañamos hasta el asfalto. Ellos siguieron hacia Malargue mientras que nosotros nos quedamos a cenar en una agradable parrilla.

Durante la cena, surgió la idea de intentar al día siguiente el ascenso al Volcan Payún Matrú, que había quedado relegado durante la organización del viaje porque deseábamos conocer algunos otros lugares. Si bien no todos estuvieron de acuerdo, establecimos que a la mañana siguiente, partiríamos en búsqueda del guardaparques para intentar la subida.

El feriado del viernes había atraído a mucha gente, lo que era por demás visible en el gran movimiento que había en la ciudad de Malargue. Partimos bajo un clima lluvioso en dirección a la Payunia, en donde luego de ingresar por la ruta 186 nos encontramos con el guardaparques. Este nos comunicó que no sería posible ascender ese día, y que las condiciones climáticas tampoco favorecían la experiencia.

Dimos la vuelta inmediatamente y encaramos hacia Bardas Blancas, en donde pensábamos realizar la visita a la Caverna de las Brujas. Llegamos en unos minutos, luego de superar a Horacio Baldi y Titi en la ruta, quienes se dirigían en la misma dirección, para intentar llegar a Termas del Azufre.

El paseo por la Caverna nos mostró un espectáculo de lo más interesante. Millones de años y varios movimientos tectónicos fueron necesarios para la formación de esta hermosa caverna, que decorada por infinitas estalactitas y estalagmitas, representa una especie de palacio a oscuras. Un paseo imperdible.

Al salir, decidimos encarar hacia Termas de Cajón Grande, en donde El Colo nos había recomendado especialmente realizar la visita a las termas de barro negro. Su aspecto no resulta de lo más alentador, pero sus propiedades terapéuticas son motivo suficiente para animarse a esa experiencia. En el lugar decidimos almorzar, rodeados de un verdoso valle, por donde bajaba un silencioso arroyo. El cielo comenzaba a abrirse, dejando pasar unos rayos de sol, promesa de una tarde colorida y cálida.

Salimos del Cajón Grande por el mismo camino de ascenso, llegando nuevamente a Las Loicas, en donde nos desviamos hacia el norte, en búsqueda de las Termas del Azufre. El paisaje de la ruta 226 que acompaña el río Grande nos sorprendió agradablemente, ya que la oportunidad anterior en que habíamos pasado por allí había sido de noche.

Los médanos de arena blanca al costado del camino contrastaban con las cumbres rocosas, negras y oscuras que forman las paredes de este valle. Lamentablemente los días a esta altura del año cuentan con muy poca luz, por lo que decidimos regresar antes de llegar al Azufre, para estar frescos durante el día siguiente, para el regreso a Buenos Aires.

La cena de esta noche nos encontró a todos muy agotados y a la vez, sorprendentemente sonrientes, satisfechos casi, con la gran cantidad de paisajes y postales visuales que habíamos logrado capturar. Algunas de estas imágenes, quedarán guardadas allí en el disco rígido de la mente, para utilizarlas como salvapantallas en esos momentos en que resulta indispensable darle un respiro a las neuronas.

Los nuevos caminos y pasos encontrados, además de la información recavada sobre los posibles pasos a intentarse en la zona, completaban un cóctel de sensaciones muy agradable, que fuimos bebiendo durante el viaje de regreso, de a sorbos, como para que dure hasta casa.

Regresaremos algún día, a realizar esos pasos, a buscar más paisajes inolvidables y más de esos “living rooms” tan lindos para almorzar que suelen abundar por estos lares.

TOYOTA ADVENTURE TEAM
TAT.