Corría
diciembre y ya estaban Pablo
Iñones (PAI) y Javier
Pla (Delta I) intentando coordinar fechas para hacer una
travesía largamente soñada: atravesar la reserva de San
Guillermo en sentido N-S, entrando al Río de la Sal por Macho Muerto
para salir a Rodeo (San Juan).
Entre complicaciones laborales y familiares, y luego de varios cambios
de copilotos, el intento pudo concretarse recién el viernes 11
de marzo. La fecha no era ideal, porque dado que algunas partes del recorrido
se harían a más de 5.000 metros de altura, la proximidad
del otoño aumentaba la probabilidad de tener mal clima, pero de
todas maneras decidimos intentarlo.
Integrantes:
Javier Pla – Gusti– Cujo Pla (Toyota Hilux)
Pablo Iñones – Dante Garavaglia (Defe 110 “Caripán”)
A las 6:30 am partimos de Buenos Aires, llenos de ilusiones y bostezos.
Estábamos claramente necesitados de desenchufe: mientras inflábamos
las cubiertas antes de salir a la ruta, el PAI estuvo cerca de boxearse
a un remisero que pretendió quitarle la manguera de aire.
Luego de un arduo día de ruta atravesamos la Cuesta de Miranda
y llegamos a Vinchina (La Rioja) a las 21:30 hs. Nos alojamos en el Hotel
Corona del Inca, lugar limpio, cómodo y barato ($40 la habitación
doble, triple o cuádruple, con desayuno incluido). Cenamos en el
comedero de Lita (su único mérito es ser el único
del pueblo)
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y
nos acostamos temprano, preparándonos para el día siguiente,
que sería muy exigente, ya que tendríamos que pasar de 1.200
a 5.300 msnm en pocas horas.
Zarpamos antes del amanecer (6:15 hs)
y las primeras luces nos alcanzaron llegando al refugio El Peñón
(3.800 msnm), donde nos encontramos con un grupo de ciclistas que habían
pasado la noche allí y nos comentaron que el clima había
sido bueno durante varios días. Continuamos el ascenso sin ma yo
res inconvenientes por la ruta 76
pasando
por el refugio “Laguna Brava” ubicado a 4.400 msnm. A esas alturas la
temperatura había descendido mucho y comenzaba a soplar un viento
considerable, pero no alarmante.
Nos desviamos del camino con rumbo N, tomando la huella de ascenso a Corona
del Inca, y marchamos sin problemas entre paisajes imponentes, por laderas
de formación volcánica que no ofrecían ma yo res
complicaciones. Cuando habíamos recorrido unos 25 kms y nos encontrábamos
aproximadamente a 4.800 msnm el terreno se volvió de piedra filosa
y la To yo tuvo un pinchazo, por lo cual hicimos un rápido cambio
de rueda bajo el viento “fresquito”
y continuamos ascendiendo.
Siguieron 10 kms algo trabados por las piedras, pasando eventualmente
por manchones de nieve.
Al superar los 5.000 msnm, cuando atacamos la ladera del volcán
rumbo a la cima, el viento se convirtió en viento blanco
y fue volviéndose más denso a medida que ascendíamos:
a 5.200 msnm, faltando sólo 5 kms para alcanzar la cima, la visibilidad
era cercana a cero, al punto que cuando To yo de Javier, que iba abriendo
camino, se encajó al quebrarse la capa de hielo bajo sus ruedas
Tuvimos inconvenientes para localizarla desde el Caripán, estando
a 20 metros de distancia ¡Parecía la película “El
día después de mañana” pero sin Harrison Ford y,
peor todavía, sin Emmy Rossum! Luego de un malacatazo rápido
volvimos a los vehículos y decidimos regresar.
La bajada fue un poco más complicada que la subida gracias al simpático
viento blanco, que se empeñaba en no dejarnos ver. Por segunda
vez quedó colgada la To yo scout
y después de algunos intentos conseguimos desencajarla.
Cuando llegamos nuevamente al refugio sobre el camino, la tormenta estaba
en su apogeo y nosotros en decadencia: la altura, el frío, el madrugón
y las corridas por la montaña nos habían dejado listos para
una siesta, una rica comida caliente y una buena sesión de masajes
(tuvimos que conformarnos con la siesta solamente). El único que
estaba cómodo era Cujo, el temible perro de peluche de Delta I,
que por supuesto no había colaborado en las maniobras de rescate.
Intentamos continuar con rumbo O hacia el campamento de Vialmani, donde
sabíamos que podríamos encontrar refugio y un taller bien
equipado para arreglar la cubierta, pero las condiciones de visibilidad
eran pésimas, por lo cual optamos por regresar al refugio El Peñón
navegando a ciegas y cantando canciones noruegas para darnos ánimos,
hacer noche allí (en el refugio, no en Noruega) y reintentar el
paso al día siguiente, si el clima mejoraba.
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El domingo amaneció frío pero despejado. Durante el desayuno
hubo un acalorado debate acerca de si debíamos intentar el mismo
camino del día anterior o probar una ruta alternativa paralela,
ubicada unos 10 kms hacia el Este, que terminaba en el mismo lugar pero
ofrecía menos dificultad (y por ende menos diversión) por
estar a menor altura. Delta I era de la idea de intentar la ruta alta,
PAI prefería la más baja, Gusti opinaba que Peter North
tiene mejor técnica actoral que Ron Jeremy, y yo aproveché
la confusión para zamparme un paquete entero de Melba sin convidar.
Finalmente encaramos de nuevo por el camino alto, con la consigna de regresar
si la nieve acumulada complicaba la cosa. Delta I puso un disco de cumbia
y partimos.
Nuestra primera escala fue el refugio El Tapadito, llamado así
porque hay a su lado una tumba semicubierta (la palabra correcta es túmulo,
aprovechemos para ampliar el vocabulario de los lectores, qué tanto).
Entre las piedras puede distinguirse el esqueleto de un infortunado señor
que encontró el eterno reposo en esas alturas. Dejamos unas botellas
de agua para los ciclistas que subirían más tarde y continuamos
el ascenso.
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Un par de horas después llegamos al campamento de Vialmani y en
pocos minutos pudimos emparchar la rueda. Delta I nos comentó que
le ardían mucho los ojos (los tenía tan irritados que parecía
un conejo de angora), se puso cuanta gota llevábamos en los botiquines
y abandonamos el camino para encarar hacia Macho Muerto por una huella
minera y luego a campo traviesa.
A medida que avanzábamos hacia el S la temperatura fue subiendo,
el paisaje se hizo más imponente. Pasamos por la famosa confluencia
de los rios negro y amarillo.
Siguiendo con el derroche de colores, los ojos de Delta I se fueron enrojeciendo
e hinchando más y más. Lagrimeaba copiosamente abrazado
a su peluche, y no conseguíamos consolarlo ni siquiera contándole
casos de ciegos exitosos como Mr. Magoo, Homero o Borges. “¡La justicia
es ciega, y todos dicen que no funciona!”, objetaba.
Al llegar al pluviómetro de Macho Muerto (14 hs), Delta I nos dijo
con lágrimas en los ojos (a esa altura ya no parecían ojos
sino más bien dos ciruelas maduras) que no podía seguir,
por lo cual debíamos optar entre dejarlo abandonado en la montaña
o llevarlo de regreso a la civilización para que lo atendiera un
médico.
No
sin cierto debate se impuso la segunda alternativa, y emprendimos el regreso
cantando canciones de Stevie Wonder.
Al regreso, al menos pudimos fotografiar el hermoso paisaje que antes
habíamos transitado de noche o entre viento blanco.
A las 19:30 hs entrábamos nuevamente en Vinchina. Íbamos
sucios y derrotados, dejando a nuestro paso un reguero de lágrimas
(todas de Delta I). Parecíamos náufragos de tierra. Un asco,
bah.
Después de una escala en el hospital y otra en la farmacia, nos
alojamos nuevamente en el Corona Del Inca Spa & Resort y concurrimos,
ante la absoluta ausencia de alternativas, al comedero de Lita, que más
que alimentación provee flagelación. Durante la cena Delta
I se mostró alegre y distendido, incluso abrió los ojos
en un par de ocasiones. Pero le pedimos que los mantuviera cerrados, porque
eran un espectáculo no recomendable para la mesa.
El lunes por la mañana emprendimos el regreso, y luego de algunas
escalas fotográficas en la Cuesta del Miranda y las habituales
recargas de combustible llegamos a Buenos Aires a eso de la una de la
mañana.
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La principal conclusión de esta apasionante experiencia es que
además de high lift, malacate, ropa de abrigo y combustible extra,
a ciertas travesías es conveniente llevar gotitas para la conjuntivitis,
y la rep%$&%$##$%.
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