Salida al Volcán Domuyo – La Payunia – Neuquen & Mendoza
Una de las salidas más interesantes que hemos hecho es un comentario que resume casi perfectamente este viaje. Plagado de eventos que nos probaron tanto como grupo humano como parte de un equipo de travesía, este viaje fue realmente muy particular.
Los que viajamos fuimos:
Javier Pla, Gerardo y Manuel Anchorena (Hilux Limited Perlada)
Sergio Solari y Paco (Hilux Azul)
Carlos Correia y Gusti Fernandez (Hilux Blanca)
Andres G. y Pablo Perez (Hilux Plateada)
Esta travesía transitaría por terrenos nuevos para la mayoría de nosotros en lo que a paisajes se refiere. Los únicos que habían paseado anteriormente por la zona eran Carlos Correia (que más adelante recibiría el apodo de “Charly Pastilla”) y Andres G., pero el conocer los lugares no quita la sorpresa que generan algunos de los paisajes de la zona, cuando tenemos la oportunidad de descansar nuestra vista sobre ellos.
La ruta planificada incluía un enlace por asfalto desde Buenos Aires hasta Colonia 25 de Mayo, luego desde allí, por ripio hasta Chos Malal a través de lo que nuestro guía llamaba “La ruta del petróleo”. Desde Chos Malal subiríamos hasta Varvarco para hacer noche, pasando por Andacollo. El tercer día visitaríamos los geysers de la zona del pié del Domuyo e intentaríamos llegar hasta Barrancas (Límite norte de la Ruta 4x4 dentro de Neuquén) pasando por el Cajón de los Nevados, y luego de reabastecer en Barrancas pensábamos pasar la noche en La Cueva del Tigre, pleno corazón de La Payunia.
Equipamiento a full, tanques llenos y muy buena onda para “bancar” el primer enlace de ruta. Partimos de Buenos Aires a las 18 hs del 14 de noviembre de 2002 con rumbo a Santa Rosa. Llegamos al motel del Aca e hicimos noche en unos Bungalows construidos detrás del hotel. Cenamos en una parrilla de la ruta y nos fuimos a dormir para levantarnos lo más temprano posible.
Desayuno a las 6:30 am y partida hacia Colonia 25 de Mayo, donde dejaríamos el asfalto luego de ingresar a la provincia de Neuquén, encarando hacia el Norte, hacia el pequeño poblado de Peñas Blancas. Compensamos la falta de velocidad final de las Hilux con un trencito estilo Convoy de camiones, bajo la dirección de Paco (Master Driver de Scania y mecánico de emergencias en travesías...), quién nos dirigió de punta a punta sobre la ruta “Conquista del Desierto”.
Llegamos a Peñas Blancas y comenzamos a internarnos dentro de los campos de explotación de petróleo. Aprovechamos alguna parada para tomar fotos de las cigüeñas y del desértico paisaje que atravesábamos.
Veníamos con un ritmo un poco lento, y tuvimos que empezar a acelerar sobre el ripio para intentar llegar a Chos Malal cerca del medio día. El ritmo de marcha se hizo sentir sobre las cubiertas, teniéndo que parar a cambiar 4 (una de cada chata) en un tramo de no más de 80 kilómetros. Estos retrasos nos obligaron a abortar un tramo de este enlace, que dejaríamos para más adelante en la travesía.
Llegamos a Chos Malal pasadas las 3 de la tarde (con un retraso de 2 horas). Reparamos las cubiertas, cargamos combustible y con la panza crujiendo de hambre, encaramos hacia el norte, con la vista puesta en Varvarco. Para llegar hasta allí, teníamos la idea de llegar hasta el poblado de Andacollo y tomar por la margen izquierda del río Neuquén para subir hasta Varvarco pasando por el caserío de Butalón Norte.
Esta alternativa debió ser abortada debido a la intensidad de los deshielos, que inundaban los vados con más de un metro y medio de agua. Seguimos por el camino tradicional, pero dos nuevas roturas de cubiertas nos obligaron a regresar a Andacollo para una nueva visita a la gomería. Esta visita no sería tan feliz...
Partimos de Andacollo hacia Varvarco cerca de las 17 hs, disfrutando de paisajes sencillamente únicos. Acompañábamos el río Neuquen sobre su margen derecha, y pudimos detenernos en un hermoso mirador que estaba en construcción, unos 5 km antes de Varvarco. Cuando partimos de allí, la camioneta de Sergio comienza a moverse de manera extraña, hasta que repentinamente sale despedida la rueda trasera Izquierda, producto de la falta de pericia del gomero andacollano a la hora de ajustar las tuercas.
Javier Pla y Pablo Perez avanzaron hasta Varvarco para gestionar nuestra cena e instalarse en las cabañas que habíamos reservado.
La reparación nos tomó más de tres horas, debiendo cortar con una sierra el plato sobre el cual descansan las zapatas de freno, y anulando los caños de freno para recuperar el sistema y poder seguir avanzando. Esta tarea fue realizada con maestría sin igual por parte de Paco, quién trabajó sin parar con mucho frío y sin mucha luz.
Retomamos la marcha a las 11 de la noche y llegamos a Varvarco en poco más de 30 minutos. Nos instalamos en las cabañas y nos acercamos al fuego donde comenzaba a prepararse el cordero (sacrificado no bien Pablo P. Mencionó la palabra “cena”) y donde el aire de camaradería brotaba por todos los poros. Vino tinto y música acompañaban la velada, adornada por un cielo repleto de infinitas estrellas.
Agotados por el estrés, nos fuimos a dormir cerca de la una de la mañana, y con pocos ánimos para levantarnos al día siguiente. Nuestro guía para la subida al Domuyo era el guardaparques de la zona, quién se ofreció a despertarnos nada menos que a las seis.
Un poco remolones, terminamos saliéndo hacia el Volcán, pasando por unos cuantos vados, mientras nuestro flamante guía nos comentaba respecto de la intensidad de los deshielos y de la cantidad de nieve tardía que había caído esta temporada.
Atravesamos hermosas pampas y nos adentramos en zonas volcánicas donde las columnas de basalto irrumpían sobre los verdes campos de la zona. Continuamos ascendiendo y atravesamos un hermoso paraje llamado Cajón del Atreuco, donde Javier Pla intentó un improbable vadeo, espectáculo que debió suspender ante la intensidad de la corriente del río. Tomamos por encima del precario puente dispuesto y llegamos al desvío que nos llevaría al sendero “Los Tachos”.
Este sendero se presentaba difícil de alcanzar, debido a un planchón de nieve de más de 3 metros de altura que atravesaba el camino. El guía sugirió conformarnos con esta vista, porque no creía posible encontrar un paso alternativo. No contentos con esta respuesta, encaramos por la ladera de la montaña hasta encontrar un lugar donde la capa de nieve aparentaba ser más delgada, y por allí descendimos.
Llegamos al sendero y tras una caminata de alrededor de 20 minutos nos encontramos con un espectáculo pocas veces visto. Agua a presión brotando del costado del río Atreuco! La temperatura del agua provocaba una emisión de vapor visible desde más de 100 metros de distancia del lugar, una vista muy difícil de olvidar.
Disfrutamos del lugar por un rato, metiendo los pies dentro de la cálida vertiente y sacando todas las fotos posibles. Retomamos la caminata de regreso y nos subimos nuevamente a las chatas para regresar hacia Varvarco, pasando por Los Bolillos.
La llegada a Los Bolillos no fue menos espectacular que lo visto hasta ahora. El paisaje había sido descripto como una postal de Marte, y no faltó el comentario de “Charlie Pastilla” quién sentenció: “Es igual que Marte, yo estuve allí hace dos años!”. Carcajadas por doquier, más fotos y un sorbo de agua para seguir en camino.
Cuando llegábamos a Varvarco, procedimos a buscar el camino que nos llevaría hacia el Cajón de los Nevados, pasando por los puestos de gendarmería de la zona. Lamentablemente, el puente que nos permitía llegar al puesto Pichi Neuquen había sido derribado por la fuerza de la corriente, y no nos fue posible llegar allí.
Decidimos reprogramar nuestra hoja de ruta, que ahora nos obligaría a pasar nuevamente por Andacollo (oportunidad de reclamar en la gomería por el pésimo servicio...) y desde allí enlazamos el tramo perdido previamente, conocido por nosotros como “Los ríos de lava del Tromen”; un nombre tan atrayente no podría decepcionarnos.
Desandando el camino realizado el día anterior, pudimos apreciar las diferentes vistas que se observan al circular un mismo tramo en sentidos opuestos. Pasamos nuevamente por Chos-Malal y nos enfilamos hacia Buta Ranquil, un pequeño poblado al sur de Barrancas, por donde tomaríamos la ruta 40 hacia el norte, buscando llegar a La Payunia.
Tomamos el camino de ripio que nos llevaría hacia el volcán Tromen con mucho entusiasmo, y teniendo en cuenta que nuestro rearmado de ruta había agregado casi 300 kilómetros adicionales al recorrido de ese día. Llegamos a la base del volcan y nuestra sorpresa ante tamaño espectáculo no podía ocultarse. Las laderas del volcán ofrecían una increíble vista donde podía identificarse claramente el recorrido de los escoriales de lava que alguna vez fluyeron como ríos de piedra ardiente descendiendo de la cima.
Nos detuvimos para apreciar la vista y aprovechamos para caminar hasta el escorial más cercano, anonadados por el aspecto visual de la lengua de lava, que parecía caótica y ordenada al mismo tiempo. Desenterramos algunos trozos de bombas de lava que yacían cerca del camino, mitad ocultos bajo la tierra.
Continuamos el recorrido con Carlos y Gusti comandando la travesía, y llegamos a una bifurcación donde nuestros instrumentos no podían precisar que dirección tomar. Decidimos ir por lo que parecía la ruta más corta y que culminó siendo un camino prácticamente inexplorado y en muy mal estado. En apariencia, se trataba de algún tipo de sendero militar o de exploración minera y por su estado aparentaba no haber sido utilizado en mucho tiempo.
El avance fue lento pero la vista que ofrecía este peculiar camino merecía ser apreciada a baja velocidad. A la distancia podía apreciarse el “Crucero Catriel”, un cruce de rutas muy distante, hacia el sur de Buta Ranquil. Al llegar a la ruta 40, nuestros cuerpos respiraron aliviados de ver el asfalto, por el cual avanzaríamos al menos por unos kilómetros, hasta llegar a la provincia de Mendoza, donde el piso vuelve a hacerse de ripio.
Detuvimos la marcha sobre el puente barrancas y aprovechamos la oportunidad para tomar un café, comer algunas barritas de cereal y estirar las piernas. Todavía teníamos por delante un tramo de casi 350 km de ripio en mal estado, y además debíamos encontrar un lugar muy particular donde deseábamos pasar la noche: La cueva del Tigre.
Este particular lugar es una cueva subterránea que se encuentra al costado de la ruta que atraviesa la reserva natural del Volcán Payun-Matrú. Su origen proviene de un movimiento de lava subterráneo, donde una burbuja de aire contenida dentro de la lava formó una enorme cavidad, cuya entrada quedó expuesta al aire libre. El espectáculo que ofrece es realmente impactante, ya que la cueva tiene más de 200 metros de profundidad y enormes recovecos para conocer y admirar.
Retomamos la ruta con la caída del sol, y con ritmo firme avanzamos hasta “La Pasarela” en donde nos desviaríamos hacia el este, en dirección al escorial de la media luna y pasando por sobre éste, desembocaríamos por el sur a la laguna de Llancanelo.
La noche nos brindó espectáculos tan interesantes como el día, y el agregado de la pérdida total de las luces de uno de los vehículos, que fue reparada con maestría por Paco. Solucionado este problema, continuamos avanzando, hasta perdernos dentro de la inmensidad de una llanura, al sur de la laguna de Llancanelo.
Llegadas las 12 pm, la caravana detuvo su marcha para una celebración muy especial. Era el cumpleaños de Pablo P. y su festejo no se hizo esperar. Brindamos con agua mineral y gaseosas, en una frugal ceremonia que incluyó ritos tradicionales de la zona... que prefiero dejar para la imaginación de los lectores.
Estábamos en búsqueda de una senda prácticamente inutilizada que nos había pasado el Colo, pero probó ser demasiado complicada para ser encontrada, y luego de más de dos horas de búsqueda, a las 2 de la mañana decidimos continuar por la ruta marcada en los mapas hasta encontrar un lugar de acampe.
Llegado el punto de acampe, algunos armaron carpa para depositar sus cuerpos, y otros prefirieron dormir dentro de las chatas, para no tener que complicarse con el equipo de acampe.
A la mañana siguiente pudimos apreciar la inmensidad del salar sobre el cual descansamos la noche anterior. Infinita era la distancia hasta donde la vista veía solamente el salitroso suelo que hace las veces de fondo de la laguna.
Nos levantamos y disfrutamos de un descanso de media hora antes de arrancar nuevamente en busqueda de la cueva del Tigre, que no deseábamos dejar pendiente. Luego de consultar en todos los puestos cercanos, recibimos las indicaciones pertinentes y encontramos el sitio, solamente 15 minutos antes de nuestro tiempo límite para el regreso.
Paseamos por dentro de la cueva y jugamos como chicos de viaje de egresados. Pablito aprovechó para lucir su máscara de Spiderman, y algunos lucieron sus habilidades físicas al subir por la eslinga que oficiaba de soga para descender dentro de la cueva. Otros debimos ser ayudados por los demás para salir de lo que parecía una trampa mortal...
Una vez que estuvimos todos afuera, nos sacamos la tierra de encima, acomodamos los interiores de los vehículos y emprendimos la marcha. Aún nos esperaban 400 kilómetros de ripio hasta Algarrobo del Aguila y desde allí, por ruta hasta Santa Rosa y Buenos Aires. El enlace final era de algo más de 1000 km, y ya eran las 12 del medio día.
Arrancamos nuevamente, esta vez comandada la caravana por Carlos Pastilla y Gusti, seguidos por Sergio y Paco, detrás de ellos venía Javier y los hermanos Anchorena y cerrando veníamos Pablo P y quién escribe.
Intentábamos mantener un ritmo parejo sobre la tierra, sobre todo debido al fuerte viento que soplaba desde el Oeste y que provocaba que los vehículos se vieran envueltos a veces por su propia polvareda. Al llegar a una curva que demarca la presencia del puesto Los Molinos, recibimos el aviso de Carlos sobre una curva que quedaba ciega por el propio polvo levantado por las ruedas.
Entramos en la curva en caravana, a no más de 50 km/h, cuando Pablo P advierte de la proximidad de la curva y decide agarrarse firmemente del torpedo ante mi calmado comentario “No veo nada... acá nos la pegamos”...
La siguiente escena se vivió en camara lenta dentro de la camioneta. Primero embestimos el talud de la curva, con el pié sobre el freno a unos 30 km/h que marcaba el GPS en ese momento. Luego, la chata se levantó sobre el lado izquierdo y una vez que detuvo la marcha, casi como una hoja que cae de un árbol, se precipitó sobre el lado del conductor. Al detenerse totalmente, las cosas acovachadas en el asiento trasero comenzaron a caer, seguidas por camperas, handys, cámaras fotográficas, etc.
Lo siguiente que se escuchó por la radio fue mi propia voz solicitando el regreso de la caravana ante lo ocurrido. El resto del equipo no daba crédito a lo que sus radios emitían, pero ante una segunda llamada “Vuelvan que volcamos”, las cosas se tornaron más serias.
Respondimos a las consultas sobre nuestra salud con afirmaciones, mientras yo trataba de soltar el cinturón de seguridad de Pablo P, lo que provocó que al soltarse cayera sobre mí. El golpe no fue tan fuerte, pensábamos, mientras abríamos la ventanilla del lado del acompañante para abandonar el maltrecho vehículo.
A lo lejos divisamos la chata de Carlos que se acercaba, un poco atónito por el espectáculo y por nuestra solicitud de que no dejaran de tomar fotografías de lo ocurrido. Salimos de la chata y pudimos observar la rueda delantera derecha totalmente fuera de lugar... este sería otro trabajo para Paco.
Enderezamos la chata con la coordinación y el esfuerzo de todos, ayudados por el malacate de Sergio. Cuando estuvo sobre sus cuatro ruedas pudimos tomar la dimensión de lo que verdaderamente había pasado. El tren delantero estaba bastante dañado, pero para sorpresa de todos, la chapa estaba en general, en buen estado.
Movimos la chata hasta dentro del puesto El Molino, donde el viento no soplaba con tanta intensidad. Luego de pedir permiso al puestero, pusimos manos a la obra para enderezar los retorcidos fierros del tren delantero.
Luego de dos horas de trabajo y utilizando todas las herramientas disponibles, la chata estaba nuevamente en marcha y en condiciones sorprendentes. Solamente debía soportarse un fuerte desvío hacia la derecha, producto de más de siete grados de convergencia en la rueda del lado del golpe. Nos refrescamos en el aljibe del puesto y subimos nuevamente a la chata para emprender el enlace restante.
Avanzamos con ritmo firme por la hermosa llanura de la Payuina, dejando atrás Mina Etel, Aguas Verdes y otros pequeños puestos sobre la ruta, que quedaban atrás, ocultos en una densa nube de polvo.
Cerca de 30 km antes de algarrobo del águila nos detuvimos en un pequeño poblado para comer algo y reparar las cubiertas pinchadas, que al momento totalizaban cuatro nuevamente. Por suerte, el gomero del pueblo, ayudado por su señora, realizaron las tareas en unos breves 30 minutos y estábamos en marcha nuevamente.
El ripio era pesado, pero las chatas y sus pilotos estaban más que ansiosos de arribar al asfalto, lo que sucedió en Algarrobo del Aguila, unos 40 minutos más tarde. Desde allí, continuamos avanzando por ruta, a velocidad prudencial debido a la desconfianza que teníamos sobre el estado general de la chata volcada.
Llegamos a Buenos Aires cerca de las 2 de la mañana, cansados y agotados por el largo tramo del domingo, pero felices por la satisfacción de haber conocido lugares únicos; y por sobre todas las cosas, el haber podido superar todos los escollos que nos presentó este viaje tan particular.
TOYOTA ADVENTURE TEAM