En realidad, esta denominada “Gira Puntana 2003” es la travesía al Cerro Champaquí mas alejada de éste que existe. Cómo fue? A continuación, el relato.
Integrantes:
Javier
& Paula (Hilux 2.8 “LimAted”)
Daniel “Pai” & Matías (Cherokee Ltd. ”La Quinceañera”)
Charly , Gusti & Ceci (Hilux 2.8 “Aguila Blanca”)
Comenzamos, luego de nuestra salida a Nihuil, a organizar el ascenso al citado cerro CHAMPAQUI , para llegar al avión estrellado en ese cerro y unir 3 Arboles. Teníamos todos los datos necesarios cargados en los GPS, marcados los mapas, organizados los horarios y comidas (nada mas importante que esto último) y hecha una pre-reserva en unas cabañas de Santa Rosa de Calamuchita, donde haríamos base. Lo que se dice una travesía con una organización y una logística impecable, como nos tienen acostumbrados quienes se encargan de éstas áreas.
Hasta aquí, la “travesía” al Champaquí... El jueves , a las 17:00hs, se comunica Javier a las cabañas para confirmar la reserva, y el encargado le cuenta que hacía tres días que no paraba de llover... que el ascenso al Champaquí iba a ser imposible, que íbamos a encontrar en la trepada mucho barro, piedra totalmente mojada, piso suelto y que –contra sus intereses - no nos convenía intentar el ascenso...
Alarma general !!! Y ahora? La opción inmediata, fue San Luis. Charly y Javier, comenzaron a investigar en sus computadoras (OZI EXPLORER A FULL) los destinos y circuitos posibles. Prepararon las rutas que pudieron, reorganizaron la logística, y dieron aviso al resto del grupo. Al día siguiente (viernes, horas antes de la partida), Gusti comenzó a buscar alojamiento y sumar destinos de interés. Finalmente, en horas, estaba definida la “ Gira Puntana 2003.”
Partimos de Bs. As. a las 22:00 hs. con destino a La Carlota, para pasar la noche hospedados y durmiendo como bebés. Pero las radios de las camionetas dijeron “Es temprano, rodemos un poco mas”, frase que se repitió hasta llegar a San Luis capital, salteando así las escalas posibles, Rufino, Laboulaye y Vicuña Mackena. Entre viajes, escalas de reabastecimiento, velocidades finales de las Toyos (y la paciencia del Pai con su feroz V8) llegamos a un supermercado de San Luis, donde compramos víveres de todo tipo y encaramos hacia el primer destino, Sierra de las Quijadas a estrenar La Quinceañera de Daniel.
Mientras esperabamos pacientemente que La Quinceañera satisfaga su sed y llene su tanque para alimentar el V8 , las chicas tomaban sol y sacábamos fotos al borde de una desierta ruta.
Al llegar a este primer destino, nos encontramos con este paisaje marciano (Charly estuvo en Marte, así que nos comentó su parecido) donde disfrutamos una caminata matutina que nos permitió estirar músculos (y reactivarlos también) y conocer otro punto nacional de muy recomendable interés turístico, el Parque Nacional Sierra de las Quijadas.
Un lugar similar
a Talampaya, pero más abierto, más amplio y con más verde.
Un piso rojo brillante debido a la riqueza en mica, mineral abundante y que
da al paisaje un toque mágico.
Zona que fue habitada por los Indios.
Despuntamos el vicio con unos minutos de juego entre piedras, desniveles , trepaditas y comenzamos a prepararnos para acercarnos a San Francisco del Monte de Oro, escala previa para llegar a la Mina La Carolina.
Estudiando los mapas, para ver si hacer el recorrido por asfalto o camino, vimos un destino interesante y que se nos había pasado por alto al armar la ruta: Pampa de las Salinas. Intercalamos este destino y partimos hacia él.
Muy cerca estuvimos de hacerlo, menos de un kilómetro, donde Javier intento abrir a pala camino por una huellita llena de arbustos secos y pinchudos, tipicos de zonas aridas, hasta que ésta huella se CORTO contra un alambrado y debio dar la vuelta sobre los espinillos nuevamente.... El desconocimiento del acceso, la falta de cartografía satelital, la espesura de los espinillos y las confusas indicaciones de los pobladores, complotaron con éxito contra nosotros y, tras una hora y media de búsqueda, dimitimos y cambiamos la salina por el almuerzo.
Ahora si, con las pancitas sonrientes, nos subimos a los aventuramóviles y partimos con rumbo a San Francisco del Monte de Oro, para conseguir alojamiento, ducha, cama, sillas, mesas y todos esos objetos a los que la burguesía nos acostumbró. Al llegar, preguntamos por alojamiento en una estación de servicio y –ya que estábamos- pedimos información sobre el estado del camino hacia la mina.
Similar fue la
respuesta del playero, quien nos indicó que estaba bien, aunque con unos
días de lluvia que habían tenido, iba a estar entretenida la subida.
A continuación, solo alcanzaron unas cruzadas de miradas para saber que
el tema alojamiento quedaba atrás y se venia la trepada hacia la mina,
que si bien no alcanzaríamos esa tarde, nos daba la oportunidad de acampe
en las serranías puntanas.
Disfrutando de un atardecer naranja diáfano, las conversaciones radiales de ánimos positivísimos que ayudaban a no caer en las garras del sueño, nos fueron resumiendo el camino hasta llegar a un claro donde decidimos investigar el terreno para acampar. La cuesta, con tramos de ripio y las curvas asfaltadas para ayudar al tránsito turístico más convencional, fue recorrida sin sobresaltos ni complicaciones, cosa que nos redituó, sobre todo a los conductores, en poder disfrutar con mas tranquilidad del paisaje.
Mientras Gusti y Carlos evaluaban las comodidades ofrecidas por la Madre Naturaleza, Daniel, se adelantó unos metros a investigar y volvió con la noticia de un mejor lugar con arroyo cercano para pasar la noche. Así, salimos del actual llano y nos dirigimos al destino propuesto por Dani, que resultó óptimo para nuestros propósitos.
Luego de despejar el piso de algunos regalos de bienvenida que nos dejaran las vacas, verdaderas habitantes del lugar, armamos las carpas presurosamente para aprovechar los últimos minutos de luz natural. Inmediatamente después, la operación “Cena Inmediata” se desencadenó. Gusti hizo un pequeño pozo en la tierra para proteger el fuego ante el viento y las eventuales lluvias que se veían al sudoeste mientras Matías y Ceci se dedicaban a juntar piedras para el mismo fin y ramas para ayudar a encender la leña.
Fue Dani, el “incendiario” oficial del grupo, quien armó la leña e inició el sagrado fuego cocinero. Como la leña era un tanto escasa, cuando las llamas bajaron un poco la intensidad -aunque sin dejar de arder- pusimos los chorizos a cocinar e inmediatamente después, unas tiras de corte americano que fueron mareadas por Gusti vuelta y vuelta para evitar su carbonización. El resultado, pese a algunos pronósticos, fue exitosisimo, avalado por las caras de satisfacción de los comensales. Ni el vino tinto tuvo quejas.
Pancita llena, corazón contento y a dormir. Una vez acomodados en las carpas, se iniciaron los coros que señalaban la entrada al mundo de los sueños de los travesistas.
Alrededor de las 02.30 hs. Algunas gotitas de agua comenzaron a caer sobre el campamento, y eran burladas por la protección de las carpas a estos fines. Pero, nuestro amigo Zeus se había empeñado en hacernos pasar por alguna situación para que podamos contarles a ustedes lectores, y estas gotitas se transformaron en gotas, luego en gotones y finalmente en piedras. Las carpas, aunque aseguradas, se agitaban al enfrentar el fuerte viento que las azotaba sin cesar.
Los relámpagos eran flashes de boliche que se sucedían uno tras otro sin pausa. El sonido de los truenos, se fundía en un único bramar incesante con algunos picos explosivos que hacían sobresaltar a cualquiera. A algunas carpas, como las de Charly y El Pai, les entró un poco de agua, lo que obligó a Charly a dormir en el Aguila Blanca, cosa que lo favoreció en haber cerrado la ventanilla de la misma y así, evitar un mal mayor.
A la mañana siguiente, despertamos con un febo alto y radiante a las 09:00hs. aproximadamente, y mientras desayunábamos plácidamente al sol, dejábamos que éste se tomara el trabajo de secar bien las carpas, ropas y bolsas de dormir que habían sido alcanzadas por el agua. Alrededor de las 11:00hs., partimos con destinos a Mina La Carolina.
Como desconocíamos el ingreso exacto a la misma, tomamos mal una bifurcación y trepamos un cerro muy interesante, a espaldas del pueblo La Carolina, que soporta las antenas que mantiene al pueblo comunicado con el resto del mundo. Una trepada muy interesante, por un camino abierto solo para subir y asistir las antenas...(piedras sueltas y precipicios a los laterales) con un caracol digno de doble y baja y una vista de los alrededores realmente espectacular.
Freímos algunas neuronas al pie de las antenas de micro onda y bajamos, ya que ese –evidentemente- no era el acceso a la mina. Al llegar al pueblo y preguntar, recibimos como respuesta un “Caminen quinientos metros hacia allá y llegan a la puerta”. Si, sin GPS ni cartas de navegación, tan simple como eso. Sin novedades alcanzamos la gruta de ésta mina e ingresamos algunos de forma poco convencional a las entrañas de ésta.
Luego, nos dirigimos al bar “La Posta del Caminante”, lugar muy acogedor, donde nos alimentamos para reponer las energías que quita la práctica de este hobby taaaan extremo (me refiero al “trekking” de esos quinientos metros, que encima, era sobre pasto ... ja !!! )
Ahora si, las energías estaban recuperadas totalmente, y emprendimos viaje hacia la gruta Inca Huasi, formación natural donde habitaba el hombre hace unos 8.000 años, y que luego sirviera como refugio a los indígenas de la zona. Practicadas las fotos de rigor, nuestro nuevo destino era Cerro El Morro, un volcán apagado que posee su cráter tapado y forma una olla muy interesante.
Tomando caminos entre los campos, empalmamos la ruta 148 hacia el sur hasta llegar donde las coordenadas del navegador indicaban el ingreso al lugar. Este dato que teníamos, era erróneo, así que haciendo caso a las palabras de Paula, que creía haber visto un ingreso que se dirigía al Morro dimos media vuelta y confirmamos, apelando a la solidaridad de los lugareños, el ingreso hacia el cerro donde Paula había indicado. Para llegar al cerro, hay que atravesar el casco de la estancia “La Morena”, estancia a la cual pertenece el cerro en cuestión.
Dani y Gusti, bajaron de los vehículos y, bajo la lluvia, se acercaron
a unos galpones donde veían fuego, que indicaba la presencia de alguien.
Recorrieron un espectáculo digno de “Cuentos de la Cripta”
o de algún libro de Stephen King... A la izquierda, los acompañaba
el alambrado de un corral del cual colgaban cueros de animales y a la derecha,
iban pasando galpón tras galón, distintas imágenes que
pondrían nervioso a mas de un “valiente”. Techos rotos, mas
cueros de animales, herramientas para marcado, esquilado y otros menesteres
de la hacienda, el fuego que ardía solitario a la espera de vaya saber
que y los ruidos de los truenos y las chapas castigadas por el viento.
Sin dejar de llamar, esperaban encontrar a alguien que supiera orientarlos al
fin. Cuando dieron con ese alguien, la película de terror presentó
a su protagonista. Un cuadro digno de describir: El peón, estaba sentado,
en una habitación totalmente oscura, con un “catre”, algunas
frazadas, una silla, un facón en la mano izquierda y un trozo de cuero
en la derecha. Sus barbas y bigotes, junto con el largo de su pelo, denotaban
la forma ermitaña de vivir de este hombre. Cabe aclarar: a través
de los viajes, tomamos contacto con gauchos y trabajadores del campo, así
que no debería ser algo fuera de lo común esta situación...
pero ésta si lo era.
Tratamos de comenzar
un diálogo con el protagonista, preguntándole si era la entrada
correcta, si el Morro era el que nosotros creíamos, si podíamos
pasar y algunas preguntas mas de esta índole, y solo recibimos monosílabos.
Lo que sacamos en claro fue que los dueños de la estancia no estaban,
que no nos iba a dejar pasar, que no sabia donde ubicar a los dueños
y que nos fuéramos. Todo en términos amables (si así se
puede entender un monosílabo) pero firmes, sin dejar margen a ningún
tipo de trato negociación.
Escapando de la escena, Daniel y Gusti subieron a la camioneta, explicaron la
situación y –tras un breve “¿Entramos igual? ¿Sí
o no?” por parte de todos- decidimos abandonar la película hasta
la próxima oportunidad.
Pusimos los “morros”
de las camionetas con rumbo a Mercedes, esta vez si, a buscar hospedaje, cama,
ducha, comida y demás lujos devenidos rutina gracias al progreso.
Tras una cena muy charlada y cargada de sueño, nos dedicamos a entregarnos
al limbo para cubrir, al otro día, el tramo Mercedes - Bs. As. sin escalas,
cosa que ocurrió sin novedades ni sobresaltos.
Despidiendo el año con esta travesía, seguramente nos encontremos muy pronto gracias a las rutas de este maravilloso país.
TOYOTA ADVENTURE
TEAM